Emigración Árabe-Palestina
Lunes 27 de Marzo de 2006.-
En la época colonial, las sociedades latinoamericanas se encontraban definidas totalmente. Se mantenían equilibradas, aunque terriblemente jerarquizadas. Por un lado, los criollos, descendientes del poder colonial español, conjuntamente con otros europeos, con los cuales se habían mezclado, fuertemente influidos por las corrientes del positivismo francés, que miraban a lo europeo como sinónimo de progreso, personificado en escala descendente por: Nórdicos, germánicos, anglosajones y luego franceses, italianos, españoles y portugueses; y por el otro, todos los demás.
Esta situación estaba aceptada y reconocida por todos, no sólo por el grupo dominante, sino también por los grupos dominados. Un equilibrio meta estable, pero equilibrio al fin.
Los prejuicios clasistas de la era colonial se mantenían, se aceptaban y se practicaban sin discusión. Era un perfecto paradigma.
A un criollo o un europeo nunca su nombre podría ir precedido sin el término don (que significa “de origen noble”), aunque estuviera borracho hasta la coronilla”.
En tiempo de la Colonia se usaba también el de caballero (que andaba a caballo), debido a que sólo él podría usar caballo. Al indio o al mestizo se le obligaba a mirar hacia el suelo cuando debía hablar con un “caballero”. Con el cultivo del añil ingresa el negro o mulato, no de África, sino de países vecinos y siguiendo la separación de razas impuesta, vive en ghetos, llamados “rancherías”.
Se establecen así una serie de términos, muchos de ellos en desuso, de acuerdo al % de sangre blanca, india y negra de la población; como mestizo, mulato, albino, toma-atrás, lobo, sambayo, cambujo, chamiso, coyote, tercerón, zambo,etc. ¡una estupidez!...
Mucho después, a finales del siglo XIX y principios del Siglo XX aparecen “el turco” (árabe que emigraba de las tierras del cercano Oriente Palestina Líbano y Siria, con pasaporte Turco Otomano ya que Turquía dominaba la zona) y el “chino”; distorsionando en alguna medida la estratificación de razas impuesta.
Debido a la discriminación y persecución, el chino prefirió en su gran mayoría, desviarse al resto de países centroamericanos, mucho más tolerantes. El árabe, en su mayoría palestino, permaneció en El Salvador y Honduras.
El desprecio por todo lo que no es europeo, lleva a las personas a desarrollar ideas racistas y a preconizar una inmigración compuesta únicamente de blancos europeos, de preferencia anglosajones.
Entre más blanco el color de la piel, se es “superior” ¡tremenda equivocación!, pero en el caso de los árabes, emigrantes prácticamente de lugares donde el árabe es básicamente blanco e incluso hay abundancia de ojos claros, el papel racial no fue el único factor a tomarse en cuenta.
El trato despectivo de que pudieran ser objeto, no se debía tanto al hecho de ser “árabes” (o turcos” para el común de las gentes), sino al de ejercer un oficio, el comercio, considerado poco “noble”. El problema sería pues, social más que étnico: se miraba con desprecio al “turco” porque se le identificaba con el buhonero.
Para la mentalidad de “hidalgo”, propia de la alta burguesía, había que vivir de las rentas de la tierra o de los grandes contactos y ejercer cualquier oficio manual o practicar el comercio, era algo “indigno” o “deshonroso”.
Se puede decir que la inmigración árabe ha constituido un real aporte a la cultura salvadoreña. Su huella se pude apreciar no sólo en el ámbito económico, sino también en áreas tan diversas e importantes como la literatura, la política, el deporte, en las profesiones liberales, las ciencias y las artes.
No obstante, estar ya integrados, se puede apreciar en las nuevas generaciones un renovado interés por recuperar valores ancestrales de la cultura árabe, sin que, por ello, desaparezca el profundo sentimiento de pertenencia a El Salvador.
El dinamismo, la perseverancia, su innata capacidad y su voluntad de triunfar, llevaron al árabe, al lugar donde se encuentra. El capital logrado merece un aplauso, porque el único capital digno de elogio es el conseguido con esfuerzo y honradez.
El árabe no vino a América como conquistador, no obtuvo propiedades ni bienes a la fuerza, no engañó a sus clientes intercambiando espejitos y vidrios coloreados por oro, ni obtuvo éste, matando o esclavizando a sus legítimos propietarios.
No robó tierras, ni violó mujeres, ni cercó tierras ajenas, ni se agenció bienes económicos a través del poder. No marginó a otros ni estratificó la sociedad y soportó persecuciones, como aquel edicto vergonzoso en la década de los 30, cuando el entonces General Hernández Martínez, por orden, suponemos, del grupo dominante de ese entonces, prohibió su entrada.
“se prohíbe la entrada al país a negros, chinos y árabes (a los comúnmente llamados turcos), por tratarse de razas perniciosas”. Y a los que ya estaban se les marginó; se promulgaron leyes en su contra, no se les permitía naturalizarse, se les negaba pasaporte aún a los nacidos en El Salvador, no se les permitía comprar propiedades, se les discriminó y calumnió”...
Pero a pesar de eso, el árabe surgió. Y ahora, entrando a la sexta generación con ese gran triunfo logrado y el gran aporte, en todos los aspectos, entregado a la patria salvadoreña, demostramos fehacientemente que no somos razas perniciosas, sino todo lo contrario ¡AQUÍ ESTAMOS! Recibiendo y aportando nuevos beneficios a nuestra querida Patria “El Salvador”.