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Manifiesto Salvadoreño de ANEP

Martes 01 de agosto de 2006.-

Hace 10 años, en 1996, la Asociación Nacional de la Empresa Privada – (ANEP) publicaba “el Manifiesto salvadoreño” una propuesta de los empresarios a la nación.
Quiero referirme en forma resumida, a algunos conceptos allí puntualizados.
Merece especial acotación los últimos 2 párrafos de la introducción.

“Concientes de ello, los empresarios presentamos “El Manifiesto Salvadoreño”, con el propósito de estimular el interés de todos los sectores, para trabajar juntos en la construcción de una nueva sociedad; que tenga como referente un progreso permanente para todos, en un marco de paz social y democracia real, para beneficio de las futuras generaciones.
Con este propósito en mente, esperamos que esta iniciativa contribuya a la discusión de los grandes temas sobre los cuales todos los salvadoreños debemos buscar un consenso; dando un nuevo ejemplo al Mundo, que así como logramos la paz, también podemos ponernos de acuerdo para encontrar la senda del progreso económico, social y cultural, en un ambiente de democracia plena.
Y más adelante agregan: Soñando con la sociedad próspera. La capacidad de generar riqueza depende, sin embargo, de la manera en que nos organicemos como sociedad, para así aprovechar nuestra riqueza humana, y decidir si vamos a ser capaces de tomar las medidas necesarias, en este último quinquenio del siglo XX, para enfrentar los desafíos del siglo XXI. Nosotros los salvadoreños queremos atrevernos a soñar con un El Salvador feliz, con un país de oportunidades para todos, en el cual las necesidades básicas de las grandes mayorías están satisfechas.
La gran tentación.
Estos retos adquieren mayor complejidad a la luz de la necesidad imperiosa del tercer reto (hacerlo en democracia). Tenemos que lograrlo dentro de un estado democrático de derecho, en donde la aplicación de la justicia prevalezca sobre los intereses particulares y fundamentado en valores éticos y morales.
Y en los escenarios del futuro, ANEP en 1995 retoma el planteamiento de Hugo Lindo, en su célebre cuento de 1974, Espejos paralelos, donde considera dos escenarios para el futuro salvadoreño: uno optimista y uno pesimista. He aquí en forma resumida:
El optimista decía: El premio Nóbel de Fisiología y Medicina cayó por primera vez en El Salvador en el año 2020. fue adjudicado al doctor Jerónimo Zelaya, de la Paz, por el hallazgo de la vacuna anticancerosa en los laboratorios “Luís Edmundo Vásquez”, de la ciudad de Zacatecoluca.
En 2021, el Premio Nóbel de Química lo compartían Kart Günderkvist, de Suecia, y Ricardo Alvarenga, de Ahuachapán. Sus estudios sobre la estructura química de algunos tejidos y sustancias cerebrales, llevados a cabo independientemente en Estocolmo y Apaneca, tendían el puente definitivo entre la ciencia experimental y los procesos síquicos más variados, desde la telepatía hasta la materialización de objetos.
En 2022, la doctora Elisa Guzmán de Ramírez, de Chalatenango, recibía nuevamente el galardón universal de Fisiología y Medicina, en tanto el premio de Química era discernido al Dr. Teodosio Morán, de Berlín, Usulután, y el de Física volvía a caer en la Paz, en el Dr. Eleazar Rosales Aycinena, por su descubrimiento de los vectores paratemporales, etc.
Y luego continúa:
Lo científico no vino solo. Con ello vino también el florecimiento técnico, industrial y económico. Fuentes de energía sobraban. Sólo El Salvador se había independizado de la corriente eléctrica. Nosotros disponíamos de fuentes ilimitadas: por una parte, la energía solar, que captábamos y almacenábamos gracias al espejo metaparabólico de Fernández-Chacón; por otra parte, la fuerza molecular que extraíamos a un costo mínimo de los basaltos que nuestros volcanes arrojaron en aquella época en que todavía éramos incapaces de controlar sus devastadoras erupciones. Las fábricas pequeñas, como la de aviones instalada en Acajutla, llamada sólo a proveer las necesidades de América Latina, funcionaba de manera sumamente económica con la energía de las mareas.
El pesimista decía:
En 2020 los diarios salvadoreños dieron cuenta de un fenómeno desazonante: gran número de personas en la ciudad de Alegría estaban en la más abyecta pobreza. Los investigadores no encontraban explicación alguna a lo sucedido. Ni siquiera la concertación de recursos ordenada por las organizaciones de ayuda internacional detenía el deterioro, en 2021, más del 72 por ciento de las personas que vivían en Santa Ana estaban debajo de los niveles mínimos del índice de Desarrollo Humano, con lo que vivían vida infrahumana. En 2023, el 84 por ciento de los habitantes de Chalatenango… en 2033, el 96 por ciento de los de todo el territorio salvadoreño. Era como una regresión a la edad de piedra. Pesadillas casi humanas, casi diabólicas, discurrían por los campos y las ciudades del país, en donde las personas que vivían como Dios manda, eran ya únicamente la excepción. Los conflictos y la violencia eran la norma. El Salvador había perdido, quizá para siempre, la prosperidad y la felicidad. Y finalmente el epílogo: ¡La decisión es nuestra!
Y nuestra pregunta:
¿Hacia dónde vamos? ¿A qué escenario de espejos paralelos nos dirigimos?
La última oportunidad de tomar el tren de la historia y del progreso es ya. No podemos esperar otros 10 años.
¿Seguiremos confrontando? ¿Seguiremos pensando solo en nosotros mismos? ¿O pensaremos en función de nuestro querido país?