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Mendigos Olvidados en El Salvador

Miércoles 16 de agosto de 2006.-


¡Hoy como ayer! Noticia publicada en El Diario de Hoy, martes 24 de marzo de 1987.
Mendigos salvadoreños Olvidados por el Estado.
Durante el día caminan por las calles buscando un alma generosa que acceda sus rogativas de una moneda o algo con qué cubrir sus necesidades; por la noche, cansados de tanto caminar y pedir, se reclinan debajo de los portales o marquesinas de los almacenes, en el atrio de alguna iglesia o en cualquier lugar que ofrezca abrigo y allí se duermen.
Los mendigos se han convertido en personajes típicos de nuestra capital. Desde el comienzo de la administración demo-Cristiana han aumentado en número, hasta alcanzar cifras alarmantes, son personas que ninguna institución política o gubernamental recuerda en sus programas de ayuda y por las que ninguna dependencia estatal se preocupa.
Los pordioseros deambulan sin rumbo fijo por las calles, tienen sus lugares “tradicionales” para pernoctar. Entre éstos se hallan los portales “del comercio”, el portal “Sagrera”, las bancas de los parques, los portones de los bancos estatizados; o el dormitorio público, para quienes puedan pagar los 25 centavos por un rincón sucio y mal oliente, en un piso frío.
Algunos de ellos son campesinos que desarraigándose de sus lugares de origen, creyeron encontrar en la capital un mejor estado de vida, ignorantes de que en ella la vida se decide por una adaptación al sistema acelerado, al que toma años acomodarse y en el cual “solo los más fuertes y mejor preparados sobreviven”. Otros son refugiados que, huyendo de la violencia terrorista, llegaron a San Salvador, salvando únicamente sus vidas y aceptando un nuevo e infrahumano estado de supervivencia.
Muchos son alcohólicos consuetudinarios, drogadictos, niños abandonados o que se han fugado de sus hogares, enfermos que han escapado de algún hospital público, enajenados mentales; son, sin embargo, personas que una vez soñaron con una vida mejor que una deprimida economía jamás les permitirá realizar.
Los mendicantes pertenecen a todas las edades imaginables, porque el hambre y la miseria no respetan épocas en la vida de las victimas que escoge. Niños, púberes, adolescentes, adultos, ancianos, hombres o mujeres, todos viven una misma penuria, sin que el actual gobierno dé muestras de preocuparse por ellos.
Uno de ellos: Carlos Alberto, tiene apenas 9 años, se fugó de su casa en el cantón “Las Aradas”, de Santa Ana, en septiembre del año pasado, porque “ya no aguantaba el maltrato que recibía de su padrastro”.
Refiere el pequeño, que prefiere vivir de la caridad pública, a sufrir malos tratamientos de parte de una persona que hasta hace unos años era un desconocido para él. El desdichado niño durante el día se coloca en la esquina formada por la Calle Arce y la 25ª. Avenida Sur, donde el semáforo obliga a los vehículos a detener la marcha y le da al pequeño la oportunidad de pedir a los conductores, una moneda.

Llegada la noche, toma la 3ª Avenida y camina rumbo al centro, buscando un lugar donde dormir.

Un mendigo adulto dice que desde que murió su esposa, cayó en una profunda depresión, cuyos efectos lo llevaron al alcoholismo.
“El vicio – reconoce el anciano – me hizo perder mi “casita”, mi caja de zapatero, los muebles que me dejara mi fallecida esposa y, por último, me hizo perder la vergüenza y, aquí me tiene”.
Señala el viejo, que aunque tiene hijos y familia en la capital, éstos lo rechazan debido a su problema alcohólico, condenándolo a la mendicidad, hasta que la muerte lo sorprenda cruzando despacio y desprevenido una calle de intenso tráfico o tal vez dormido debajo de un portal.
El terremoto que asoló la capital el pasado 10 de octubre obligó a algunos de estos menesterosos a buscar sus lugares de procedencia, a pedir albergue en alguna tienda de campaña y, en la mayoría de los casos, a dormir “con un ojo abierto” por temor de morir aplastado por una pared o alguna marquesina que pudiera desprenderse con los continuos temblores… Esta situación es producto de la actual crisis económica que atraviesa el país, la que ha obligado a muchos a vivir de la caridad pública y ha limitado la ayuda que puedan prestarles las casas de caridad”.

Nuestra pregunta ¿Y ahora en el 2006?
¿Estamos mejor que antes; estamos igual o continuamos empeorando?...