Migración Árabe
Jueves 27 de abril de 2006
El Director General de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), con respecto a las inmigraciones en América Latina y en especial la del mundo árabe, menciona lo siguiente:
La historia de la Humanidad ha registrado, desde los tiempos más remotos, movimientos migratorios, a veces masivos, de pueblos enteros; otros de determinados sectores de la sociedad que, por razones económicas, dejaron su patria de origen para dirigirse a otras tierras en busca de mejores condiciones de vida, o aún de grupos que, huyendo de persecuciones étnicas, políticas o religiosas, se vieron obligados a abandonar los países donde nacieron y establecerse en otros que les brindaban la tan ansiada libertad.
Desde que España descubrió América en 1492, el Nuevo Mundo atrajo, en los siglos siguientes, a miles de europeos. No obstante, la afluencia masiva de inmigrantes comienza con la independencia y se acentúa desde mediados del siglo XIX. Si a las antiguas colonias españolas y a Brasil fueron fundamentalmente, por razones históricas, españoles y portugueses, los emigrantes de otras regiones mediterráneas como Italia llegaron en algunos momentos a superar en número a los españoles, en países como Argentina y Uruguay. A estos vinieron a sumarse, aunque en menor escala, inmigrantes de otras procedencias: alemanes, franceses, ingleses, irlandeses, polacos y rusos, así como del Medio Oriente, fundamentalmente árabes y armenios, establecidos en territorio del imperio otomano y además, chinos y japoneses.
Los millones de seres humanos de orígenes diversos que emigraron al otro lado del Atlántico, aportando nueva savia a las sociedades receptoras, compuestas esencialmente hasta entonces por descendientes de europeos, indígenas, mestizos y poblaciones de origen africano. Este aporte las revitalizó y enriqueció en diferentes ámbitos y contribuyó así a la formación de las modernas naciones iberoamericanas, pluriétnicas y pluriculturales.
Pese a su menor importancia numérica, los árabes contribuyeron poderosamente, con su trabajo, laboriosidad y espíritu de iniciativa, al desarrollo de los países de acogida. Por eso, la UNESCO, que ha consagrado ya en el pasado estudios a otros grupos migratorios en América Latina, considera importante el estudio de la inmigración árabe y sus aportes económicos, sociales y culturales al mundo iberoamericano.
Quizá la integración de los inmigrantes de origen árabe fuese más difícil que la de otros grupos migratorios como los españoles (o los portugueses, en el caso de Brasil) que hablaban la lengua de los países receptores, o incluso los italianos, cuya cultura latina y católica facilitaba la integración. A las diferencias idiomáticas hay que añadir las religiosas, pues aunque la mayoría de los primeros inmigrantes árabes fuese de confesión cristiana, sabido es que las iglesias cristianas de Oriente, incluidas las que reconocen la autoridad de Roma, como los maronitas o las melquitas, conservan rasgos específicos, lingüísticos y litúrgicos, forjados en el curso de la historia, que las diferencian del rito latino. Sus costumbres y tradiciones, tanto de musulmanes como de cristianos, diferían enormemente de las de los países de acogida y sobre todo el oficio al que la mayoría de ellos, se dedicó a su llegada, el comercio ambulante, gozaba de poco prestigio social, cuando no era objeto de menosprecio.
Sin embargo, gracias a su esfuerzo y perseverancia, los inmigrantes árabes consiguieron adaptarse poco a poco a las costumbres y al modo de vida de los países de adopción, sin perder por ello los rasgos específicos de su cultura de origen. Descendientes de árabes, tanto de confesión cristiana como islámica, participan hoy en todo los ámbitos de la vida nacional de los distintos países latinoamericanos donde se establecieron sus antepasados; los nombres de algunos que han llegado a ocupar las más altas dignidades del Estado son conocidos en el mundo entero.
Pese a las dificultades y experiencias dolorosas, la integración de los inmigrantes de origen árabe en América Latina puede considerarse lograda. Ahora que observamos con inquietud el peligroso ascenso de la intolerancia, el racismo y la xenofobia en países industrializados donde reside un elevado numero de extranjeros, y las reacciones de fanatismo religioso y hasta de violencia homicida que ello puede suscitar entre los que se sienten rechazados y excluidos, las comunidades de origen árabe en América Latina constituyen un modelo de integración, junto con los demás componentes étnicos y culturales de la sociedad.
Entre dichos componentes, no hay que olvidarlo, se encuentran importantes comunidades de origen judío, con las que, a pesar de los conflictos que han dividido al Cercano Oriente desde hace más de tres cuartos de siglo, los inmigrantes árabes han mantenido, salvo raras excepciones, relaciones cordiales en la vida cotidiana y profesional. Por encima de las diferencias ideológicas religiosas, los contactos humanos, como antaño en el Andalus (España), han propiciado el conocimiento mutuo, la tolerancia y la comprensión. En este sentido, las comunidades de origen árabe y judío de América Latina pueden, con su ejemplo de convivencia, contribuir a la consolidación del proceso e paz en el Cercano Oriente, que la UNESCO, dentro de sus esferas de competencia, apoya con todas sus fuerzas.
A esto nosotros podemos agregar:
Ratificamos nuevamente nuestro planteamiento principal: “Somos salvadoreños 100%, orgullosos de pertenecer a esta Patria Bendita, El Salvador; pero también nos sentimos orgullosos de nuestro origen árabe, una raza con gran tradición, brillante historia y cultura ancestral y además con la peculiaridad especial de ser árabe-palestino, un pueblo noble, altivo y generoso, amante de la paz, pero también, conocedor de sus derechos inalienables”.
El Director General de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), con respecto a las inmigraciones en América Latina y en especial la del mundo árabe, menciona lo siguiente:
La historia de la Humanidad ha registrado, desde los tiempos más remotos, movimientos migratorios, a veces masivos, de pueblos enteros; otros de determinados sectores de la sociedad que, por razones económicas, dejaron su patria de origen para dirigirse a otras tierras en busca de mejores condiciones de vida, o aún de grupos que, huyendo de persecuciones étnicas, políticas o religiosas, se vieron obligados a abandonar los países donde nacieron y establecerse en otros que les brindaban la tan ansiada libertad.
Desde que España descubrió América en 1492, el Nuevo Mundo atrajo, en los siglos siguientes, a miles de europeos. No obstante, la afluencia masiva de inmigrantes comienza con la independencia y se acentúa desde mediados del siglo XIX. Si a las antiguas colonias españolas y a Brasil fueron fundamentalmente, por razones históricas, españoles y portugueses, los emigrantes de otras regiones mediterráneas como Italia llegaron en algunos momentos a superar en número a los españoles, en países como Argentina y Uruguay. A estos vinieron a sumarse, aunque en menor escala, inmigrantes de otras procedencias: alemanes, franceses, ingleses, irlandeses, polacos y rusos, así como del Medio Oriente, fundamentalmente árabes y armenios, establecidos en territorio del imperio otomano y además, chinos y japoneses.
Los millones de seres humanos de orígenes diversos que emigraron al otro lado del Atlántico, aportando nueva savia a las sociedades receptoras, compuestas esencialmente hasta entonces por descendientes de europeos, indígenas, mestizos y poblaciones de origen africano. Este aporte las revitalizó y enriqueció en diferentes ámbitos y contribuyó así a la formación de las modernas naciones iberoamericanas, pluriétnicas y pluriculturales.
Pese a su menor importancia numérica, los árabes contribuyeron poderosamente, con su trabajo, laboriosidad y espíritu de iniciativa, al desarrollo de los países de acogida. Por eso, la UNESCO, que ha consagrado ya en el pasado estudios a otros grupos migratorios en América Latina, considera importante el estudio de la inmigración árabe y sus aportes económicos, sociales y culturales al mundo iberoamericano.
Quizá la integración de los inmigrantes de origen árabe fuese más difícil que la de otros grupos migratorios como los españoles (o los portugueses, en el caso de Brasil) que hablaban la lengua de los países receptores, o incluso los italianos, cuya cultura latina y católica facilitaba la integración. A las diferencias idiomáticas hay que añadir las religiosas, pues aunque la mayoría de los primeros inmigrantes árabes fuese de confesión cristiana, sabido es que las iglesias cristianas de Oriente, incluidas las que reconocen la autoridad de Roma, como los maronitas o las melquitas, conservan rasgos específicos, lingüísticos y litúrgicos, forjados en el curso de la historia, que las diferencian del rito latino. Sus costumbres y tradiciones, tanto de musulmanes como de cristianos, diferían enormemente de las de los países de acogida y sobre todo el oficio al que la mayoría de ellos, se dedicó a su llegada, el comercio ambulante, gozaba de poco prestigio social, cuando no era objeto de menosprecio.
Sin embargo, gracias a su esfuerzo y perseverancia, los inmigrantes árabes consiguieron adaptarse poco a poco a las costumbres y al modo de vida de los países de adopción, sin perder por ello los rasgos específicos de su cultura de origen. Descendientes de árabes, tanto de confesión cristiana como islámica, participan hoy en todo los ámbitos de la vida nacional de los distintos países latinoamericanos donde se establecieron sus antepasados; los nombres de algunos que han llegado a ocupar las más altas dignidades del Estado son conocidos en el mundo entero.
Pese a las dificultades y experiencias dolorosas, la integración de los inmigrantes de origen árabe en América Latina puede considerarse lograda. Ahora que observamos con inquietud el peligroso ascenso de la intolerancia, el racismo y la xenofobia en países industrializados donde reside un elevado numero de extranjeros, y las reacciones de fanatismo religioso y hasta de violencia homicida que ello puede suscitar entre los que se sienten rechazados y excluidos, las comunidades de origen árabe en América Latina constituyen un modelo de integración, junto con los demás componentes étnicos y culturales de la sociedad.
Entre dichos componentes, no hay que olvidarlo, se encuentran importantes comunidades de origen judío, con las que, a pesar de los conflictos que han dividido al Cercano Oriente desde hace más de tres cuartos de siglo, los inmigrantes árabes han mantenido, salvo raras excepciones, relaciones cordiales en la vida cotidiana y profesional. Por encima de las diferencias ideológicas religiosas, los contactos humanos, como antaño en el Andalus (España), han propiciado el conocimiento mutuo, la tolerancia y la comprensión. En este sentido, las comunidades de origen árabe y judío de América Latina pueden, con su ejemplo de convivencia, contribuir a la consolidación del proceso e paz en el Cercano Oriente, que la UNESCO, dentro de sus esferas de competencia, apoya con todas sus fuerzas.
A esto nosotros podemos agregar:
Ratificamos nuevamente nuestro planteamiento principal: “Somos salvadoreños 100%, orgullosos de pertenecer a esta Patria Bendita, El Salvador; pero también nos sentimos orgullosos de nuestro origen árabe, una raza con gran tradición, brillante historia y cultura ancestral y además con la peculiaridad especial de ser árabe-palestino, un pueblo noble, altivo y generoso, amante de la paz, pero también, conocedor de sus derechos inalienables”.