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Crisis mundial. Perdida de valores y creencia en Dios.

VIERNES, 3 DE AGOSTO DE 2007.
Tenemos un futuro incierto, motivado en gran medida, en la dificultad de razonar en nuestro mundo presente.
¿Nuestro mundo está en crisis? ¿O está en evolución? ¿En progreso? ¿O en retroceso?
Si nos dificulta determinar ¿Qué somos? Como podremos esbozar al menos en el ¿A dónde vamos?
Las incertidumbres y el azar se multiplican en todas partes. Hay crisis de valores; ruptura de regulaciones; problemas económicos, profundización de los antagonismos; polarización de las posiciones, etc., y la magnitud del problema nos indica claramente que estos no son focalizados, sino que tienen dimensión planetaria.
Nuestra “civilización” ha producido nuevas formas de destrucción y muerte, pero no por ello ha reducido las formas tradicionales, sino que las ha avivado y asociado con ellas.
En la crisis del mundo, que no es capaz de ser un solo mundo. Somos una sola Humanidad, pero nos seguimos dividiendo e incluso atomatizando nuestro planeta, que no es más que un punto pequeñísimo en la dimensión del espacio; que se subdivide a su vez en porciones cada vez más pequeñas, que nosotros las consideramos grandes, debido a nuestra propia pequeñez.
Hemos entrado aún más en la oscuridad de la noche, desde cuando Heidegger decía: “Nuestro tiempo está en lo más profundo de la noche del mundo, y de la penuria”.
Vivimos en un mundo de contrastes: Entre más pequeño es el Big Bang, el punto inicial en la creación de nuestro Universo, más grande es el tamaño de la expansión. Sólo si el Big Bang fue cero, la expansión sería infinita. Los extremos se unen.
Entre más oscura es la noche; más brillante será el despertar.
Es al decir de Novalis, cuando soñamos que soñamos estamos más próximos al despertar.
No sabemos si hemos entrado al nacimiento o a la muerte de la Humanidad. Tenemos así que estar preparados a esperar, y a desesperar. Por una parte, la Humanidad puede fácilmente auto-destruirse, pero también puede, material y técnicamente, mejorarse y autorealizarse.
La Biblia reconoce, al igual que El Corán, que vendrán tiempos difíciles, el Apocalipsis; pero luego vendrá el renacer espiritual y llegarán tiempos de paz y amor.
La esperanza es la última virtud que desaparece. Incluso cuando muere, nace de nuevo.
En este nuestro mundo, tan complejo y; en un proceso de renovación constante; el ser humano no puede ser juguete de tantas incertidumbres y de tantos conocimientos. Tenemos que tener fe en las cosas nuevas, pero es necesario tener la capacidad para crearlas, pero también, el poder suficiente para controlarlas. Tenemos que desarrollar todo aquello que haga prevalecer nuestra grandeza. Como el mismo Fausto de Goethe lo decía: “Hay que aspirar siempre a la más alta existencia”.
Hace 20 siglos, Cristo proclamó la igualdad ontológica entre todos los seres humanos. El Corán también reconoce que todos los seres humanos somos iguales ante Dios y que no existe la Supremacía racial. Sin embargo, en la práctica es en el Islam donde la discriminación racial ha sido totalmente anulada, el cual al decir de Arnold Toynbee, famoso historiador británico; “este es uno de los logros más notables del Islam y en el Mundo contemporáneo existe una necesidad imperante de propagar esta virtud islámica”.
Es cierto que todavía existe el racismo, ese mito de las razas superiores, donde fácilmente se establece una distinción preconcebida entre dominantes y dominados. Conquistadores y esclavos. Amos y sirvientes y lo que es peor, en una dicotomía basada en la raza y olvidándose que:
Buenos, regulares y malos y también inteligentes, normales y tontos hay en todas las razas y todos los estratos.
Es cierto que hay razas actualmente más desarrolladas que otras, pero eso es tan solo cierto, si analizamos un punto tangencial de la historia. Si analizamos ésta, en una línea contínua a través del tiempo, nos daríamos cuenta fácilmente que todas las razas han tenido y tendrán su normalidad, progreso y decadencia.
Jaspers en su estudio sobre la libertad decía que no pretendamos tener la verdad absoluta, porque entonces destruiríamos la libertad humana; pero también debemos recordar que el miedo y la angustia no son buenas actitudes: Grave es la ciega obediencia de los débiles, que engendra tiranías diversas y que diviniza a los hombres, a las razas, a las escuelas científicas, a la técnica y a la materia.
Si creemos en Dios ya no es posible endiosar a los hombres, a las razas y a los países. “No debemos sentirnos superiores, pero tampoco considerarnos inferiores; ni tampoco ver inferiores a los demás”. Debemos también recordar que un marcado instinto de superioridad se fundamente muchas veces en un complejo de inferioridad; no siempre evidente. Sería ideal que todos enterráramos tanto, la codicia exagerada como la potencialización excesiva sobre nuestros intereses personales y sectarios y trasmutáramos la envidia por la caridad; el fanatismo por la tolerancia; el racismo por el humanismo y trabajáramos en unidad o al menos en convergencia por el engrandecimiento de nuestra Patria. Hora es que los salvadoreños transformemos nuestros pecados en virtudes…
No tenemos conciencia solidaria y muchas veces tratamos de apagarle la luz al contrario, para brillar más nosotros. En las noches sin luna; una luciérnaga parece un sol en miniatura. Nuestra carrera no es de ganar por contraste, sino en la de sumar esfuerzos, como en una carrera de relevos. Abundan los nacionales de mente colonial, inclinados en la más vil servidumbre ante el extranjero poderoso: Nos sentimos colonia añorando el pasado; o incluso, anexados a los Estados Unidos, en un deseo histórico permanentemente mantenido a través de la historia y en los tiempos presentes.
No es correcto: ni la xenofobia, ni el chauvinismo (sintiendo que solo lo nuestro vale); pero tampoco ni el servilismo ni el malinchismo (la entrega servil a gobiernos extranjeros).
Somos salvadoreños de diferentes extracciones raciales, totalmente mezclados como lo son todas las razas del mundo, orgullosos de nuestra sangre y reconociendo que las razas que conforman nuestro mestizaje son a su vez participantes con su propio mestizaje.
Renán decía que la nacionalidad, la patria, nace de haber hecho en el pasado grandes cosas juntos, pero sobre todo el deseo de quererlas hacer nuevamente en el porvenir. Esto es, Historia y Destino. Debemos también recordar que ninguna inquisición puede encadenar pensamiento y vocablo. Y que el miedo excesivo, disfrazado de prudencia, es letra muerta.