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Permanencia árabe en Europa.

Lunes, 25 de Junio de 2007.

Córdoba en España fue durante mucho tiempo la ciudad más bella, más grande, y más culta de Europa. Y lo fue durante la permanencia árabe.

El río aún tiene un nombre que le dieron los árabes: (Wadilkabir), el “gran río” y en él están también erguidos todavía los molinos que ellos construyeron. La ciudad aún tiene la mezquita catedral creada por Abd-ar-Rajman y sus hijos. Las callejuelas a su alrededor corren como antaño. Los artesanos que artísticamente punzonan ornamentos sobre cuero, en los sombríos patios internos refrescados con fuentes, cultura habitacional árabe, utilizan muestras y herramientas traídas por los árabes. Y, como cualquier español, hablan un idioma que sigue conteniendo aún, más de seis mil palabras árabes.

En el siglo X, Córdoba con un millón de habitantes, sus ciento trece mil casas y sesenta mil villas y palacios, sus setenta bibliotecas e innumerables librerías; sus seiscientas mezquitas y trescientas casas de baños, era la ciudad más grande y más civilizada de Europa.

Cerca de ello se encontraba el palacio “asSajra” cinco kilómetros antes de la ciudad. En una estribación de la Sierra Morena, con vista sobre el valle fértil del Guadalquivir, el califa se había hecho construir una grandiosa residencia urbana.

La “Madinat as-Sajra”, ha merecido los superlativos de todos los cronistas contemporáneos. El palacio principal contaba con cuatrocientos ambientes, los cuartos del servicio doméstico ofrecían alojamiento para catorce mil servidores entre siervos y soldados, sus esposas y niños, que aquí también tenían colegios propios. Dicen que mil doscientos panes eran arrojados diariamente sólo para alimentar a los peces en los innumerables estanques artificiales.

Su sentido de lujo encontraba su expresión más fantasiosa en el juego derrochador del agua. Pero había también un estanque llenado con mercurio; las mil columnas, torres, cúpulas, almenares se espejaban en un caleidoscopio de reflejos solares.

A los embajadores, de Alemania, Francia e Italia, acreditados ante la Corte del Califa, ya les resultaba difícil también transmitirles a sus países de origen una imagen de los aspectos más rutinarios de Córdoba. Porque mientras los habitantes mismos de ciudades como París (cantidad de habitantes en aquel entonces: cuarenta mil) cuando llovía se hundían hasta los tobillos en el barro y de noche debían ir tanteando su camino de regreso a casa con luces de mano, las calles urbanas de dieciséis kilómetros de largo de Córdoba con sus ochenta mil negocios no estaban sólo pavimentadas, sino que de noche también estaban iluminadas claramente. “Setecientos años después en Londres todavía no había un solo farol en las calles”.

Y mientras que el bañarse, a pesar de una valiente demostración de Carlos el Grande en las fuentes calientes de Aachen, a los europeos, les parecía un hecho peligroso para la salvación; los habitantes de Córdoba chapoteaban inescrupulosos, e incluso dejaban rociarse en sus tocadores, higiénica y placenteramente, con agua tibia, las regiones del cuerpo dignas de ser repudiadas de acuerdo a la idea costumbrista de esa época.

El Califa Abdel Rajman le brindó al país una coyuntura como nunca más lo lograría España, si se excluye la época colonial, basada en la explotación, no en la industrialización; y estadísticas de la época de los árabes contaban tan sólo en Córdoba veinticinco mil tejedurías y manufacturas de cuero.

De las minas cerca de Córdoba se sacaban resinas, su producto final de los famosos armeros de Toledo. Incalculable debe haber sido la explotación de oro y plata en las minas de Algawe y Jaén y de Rubíes en Málaga. La flota mercante, española – árabe, llevaba la exportación hasta la India. Y todo se reinvertía en España.

Y el rey Alfonso X de Castilla y León, se hizo traducir las obras árabes más importantes sobre astronomía y con ello elaboró las “tablas alfonsínicas”. El primo español y contemporáneo del rey siciliano Federico II no sólo escribió el primer libro occidental sobre ajedrez; su compilación jurídica, influenciada por el Islam, por mucho tiempo siguió conformando las bases del Derecho español.

Menos conocida es la colección del rey Alfonso, de canciones moro-andaluzas que él, de acuerdo con la época, pero confundido, llamó “Cantigás de Santa María”; tomó los elementos de la música árabe, valores de tiempo para las notas individuales, subdivisión en tiempos, e instrumentos musicales, que delatan, con sus nombres, el origen árabe.

La grandeza cultural de la España árabe, como en el Oriente de los Abbassidas, tenía su base en el sistema escolar islámico y naturalmente en la producción de papel. Las universidades en Granada, Málaga y Sevilla, pero sobre todo en Córdoba de la España árabe, no se ocupaban únicamente de la constante renovación de fuerzas conductoras, formación universitaria obligatoria, sino también de científicos y eruditos.

En cuanto a los avances científicos, los árabes ejecutaban operaciones brillantes, utilizaban la anestesia, y descubrieron las vacunas y los antibióticos, desde el siglo VIII.

Como médico de cáncer, Ar-Rasi recomendaba: “Debes extirpar todo el tumor, no debes dejar ninguna de sus raíces”. El investiga y escribe sobre varicela, sarampión, mal de piedra, de vejiga y de riñón, reumatismo articular. Además, escritos populares sobre medicina. Su “Libro para aquellos que no tienen un médico cerca” es el primer diccionario doméstico de la salud.

En vez de ocuparse de la higiene popular, los reyes europeos curaban pasando la mano. Así, Eduardo el “confesor” de Inglaterra, siglo XI, decía: “Yo te toco, Dios te cura”. Y lo hace con hasta mil quinientos enfermos de peste (veinticinco millones de muertos en tres años) además, la prohibición de lavarse y bañarse y ante todo, la contaminación ambiental del siglo XIV. En ese caso, la Iglesia llamó en el año de la peste, 1348, a una peregrinación pascual a Roma, para “vencer la peste con la fuerza de la fe”. De los 1. 2 millones de oradores sanitarios reunidos, 90% se infectaron en los cuarteles generales, el Papa Clemente VI se salvó, estuvo lejos de la fuente infecciosa, en Avignon.

El carácter y la sangre árabe en España, presentan por encima y más allá de los elementos unificadores, peculiaridades y matices que la enfrentan, o al menos, la distinguen de Europa. Se trata de ese fermento activo, siempre operante, del elemento árabe, que corre por las venas, de la raza y cultura española y que se trasmitió en la sangre latinoamericana y por consiguiente, en la salvadoreña.

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