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Viernes, 5 de enero de 2007

Cuento: " El Rey está desnudo".
Hans Christian-Andersen, es el escritor más universal de Dinamarca, nacido el 02 de abril de 1805, sus obras, principalmente cuentos, han sido traducidas a 146 idiomas. Entre ellas: La Sirenita (que constituye a su vez el símbolo escultórico de Copenhagen, la capital de Dinamarca; El Soldadito de Plomo; el Patito Feo, La Niña de los Fósforos; La Reina de las Nieves; El Niño Moribundo, El Improvisador y muchas obras más.
Su obra “El Traje nuevo del Emperador” (conocido también como “EL Rey está Desnudo”, es una obra maestra, que se convirtió en sinónimo de la vanidad humana y un aviso claro para los que detentan el poder, que no se desubiquen por los aduladores - que abundan en estas esferas – y se crean investidos de divinos poderes. Ser grande y al mismo tiempo humilde, es la más grande de las virtudes. He aquí su argumento resumido:
Hace muchos años había un Emperador vanidoso que se creía lo mejor del mundo. Nadie osaba contradecirle. No soportaba crítica alguna. El era todo: El más capaz, el más elegante, el más apto. Tenia una afición desmedida por la ropa nueva y le gustaba exhibirla y exhibirse.
Un día llegaron 2 estafadores haciéndose pasar por tejedores, asegurando que podían tejer la más maravillosas telas.
No sólo los colores y diseños eran hermosísimos, sino que las prendas confeccionadas por dichas telas poseían la curiosa disposición de ser invisibles ante los ignorantes, o ineptos o irremediablemente tontos.
¡Deben ser magníficos vestidos, pensó el Emperador! Si los tuviese podría averiguar que funcionarios del reino son ineptos o ignorantes. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Sin darse cuenta que el más tonto era él, al creer en semejante mentira.
Mandó a los dos pícaros a hacer la tela y les adelantó una considerable suma en efectivo.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban, pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, el cual se embolsaban, mientras aparentaban que trabajaban en los telares vacíos.
“Me gustaría saber si avanzan con la tela” dijo el Rey y envió a su Ministro más cercano, el cual al acercarse no vio nada. El Ministro pensó: Ni tonto voy a contradecir al Rey; y el empleo que tengo no lo suelto. Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía.
…El emperador envió luego a otros funcionarios, los cuales – unos por seguirle la corriente (los pícaros) y otros más ignorantes, para que no se dieran cuenta que por tontos, no la veían – manifestaban lo admirable de la tela. Una hábil propaganda hizo que todos los pobladores hablaran de la magnífica tela del Emperador.
Al final éste se dispuso a ver la tela con todo su séquito, los cuales, por algunas de las razones anteriormente expuestas aplaudían la tela.

¿Cómo, pensó el Emperador? ¡Yo no veo nada! Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿Acaso no sirvo para Emperador? ¡Sería espantoso!
¡Oh si, es muy bonita! dijo. Me gusta, la apruebo. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío. No quería confesar que no veía nada. ¡Es preciosa, elegantísima, estupenda! Eso, corría de boca en boca y todo el mundo parecía extasiado con ella.
Esa noche, “los pícaros” trabajarían “la tela” y “harían” el traje del Emperador. Al día siguiente, llegó el Emperador en compañía de sus máximos allegados; y los 2 truhanes, levantando los brazos, como si sostuviesen algo, dijeron:
…Estos son los pantalones. Ahí está la capa. Aquí tenéis el manto. Las prendas son ligeras, como su fuesen telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo; más precisamente esto es lo bueno de la tela., dijeron
Sí, asistieron todos los cortesanos, a pesar de que no verían nada, pues nada había.
¿Quiere dignarse vuestra Majestad quitarse el traje que lleva, dijeron los 2 bribones, para que podamos vestiros el nuevo, delante del espejo?
Se quitó el Emperador sus prendas, aunque suponemos que no los calzoncillos, y los 2 simularon ponerle las diversas prendas del vestido nuevo. ¡Dios y qué bien le sienta! ¡Le va estupendamente! ¡Que preciosos los vestidos del Emperador! ¡Que hermoso es todo! Nuestro Emperador es el mejor del mundo: El más elegante, el más distinguido, el más sabio, el mejor orador, el más bueno…
… El Emperador ya se creía todo: De una mentira repetida muchas veces, algo queda. Y si se tiene megalomanía o complejo de superioridad, queda todo. Además, la propaganda repetida, crea ilusiones. Y al final se cree todo…
Y así, a los pícaros que sabían que todo era una farsa y que adulaban al Emperador y a los tontos e ignorantes, que aunque no veían nada, decían que veían para no demostrar su torpeza; se unían: los que les gusta ser rebaño y pensar siempre con la cabeza de otros y los que sucumben a la mentira propalada muchas veces que termina para ellos siendo verdad. En este último caso se encontraba el Emperador, con una característica secundaria original; el gusto por la adulación. ¿A quién no le gusta ser distinguido, elegante, culto e inteligente? Los aduladores existen y se multiplican, porque a los adulados les gusta creer sus fantasías.
¡Pero si no lleva nada! Exclamó de pronto un niño!…
… ¡Pero si no lleva nada, gritó al fin el pueblo entero…
La mentira tiene patas cortas y la verdad, tarde o temprano siempre la alcanza…
Aquello inquietó al Emperador. ¿El pueblo tendría razón? Más pensó: hay que aguantar hasta el fin y siguió más altivo que antes y los ayudantes continuaron sosteniendo la cola del inexistente vestuario… ¿Qué pasó después? El cuento allí termina. Este cuento no tiene un final contundente. Puedo ponerle un final que encaje; pero prefiero, en estos tiempos donde todo el mundo habla de democracia; que cada estimado tele-audiente le ponga el desenlace que desee.
Sólo un final consejo para todos, los que en alguna forma detentan el poder: Todos los días hay que lavarse simbólicamente las manos, cerebro y corazón, ya que el poder, es viscoso y se adhiere.
Hay que tratar de que el poder no nos pierda y desubique, y también hay que recordar que todo poder termina más temprano que tarde.