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Viernes, 22 de diciembre de 2006

Nuestro mundo cada día se complica; los problemas se multiplican, magnifican y recrudecen y las voces de alerta y los mensajes de esperanza permanecen. Ante el mundo trágico que nos rodea y a veces nos golpea, me dispuse a pensar un rato y luego decidí leer y encontré la Declaración del II Parlamento de las Religiones del Mundo, celebrado en Chicago en 1993, hace ya 13 años, y auspiciado por la UNESCO, para el diálogo interreligioso. He aquí algunos párrafos extractados de dicha declaración, que aclaran conceptos y también, los ratifican. Y me permito trasmitirlos ahora.
“Nuestro mundo atraviesa una crisis de alcance radical; una crisis de la economía mundial, de la ecología mundial, de la política mundial. Por doquier se lamenta la ausencia de una visión global, una alarmante acumulación de problemas sin resolver, una parálisis política, la mediocridad de los dirigentes políticos, tan carentes de perspicacia como de visión de futuro y, en general, faltos de interés por el bien común. Demasiadas respuestas anticuadas para nuevos retos.
Cientos de millones de personas, cada día más, padecen en nuestro planeta el desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza y el hambre. La esperanza de una paz duradera entre los pueblos se desvanece progresivamente. Las tensiones entre los sexos y las generaciones han alcanzado dimensiones inquietantes. Los niños mueren, asesinan y son asesinados. Cada vez se ven mas Estados sacudidos por casos de corrupción política y económica. La convivencia pacífica en nuestras ciudades se hace más y más difícil por los conflictos sociales, raciales y étnicos, por el abuso de la droga, por el crimen organizado, incluso por la anarquía. Hasta los vecinos viven a menudo angustiados. Nuestro planeta sigue siendo saqueado sin miramientos. Nos amenaza la quiebra de los ecosistemas”.

Y más adelante agrega: “La humanidad dispone hoy de suficientes recursos económicos, culturales y espirituales como para instaurar un mejor orden mundial. A pesar de ello, una serie de tensiones étnicas, nacionalistas, sociales, económicas y religiosas, antiguas y modernas, ponen en peligro la construcción pacífica de un mundo mejor. Nuestra época, ciertamente, ha experimentado un progreso científico y técnico sin precedentes. Pero también es un hecho innegable que, a lo largo y ancho del mundo, la pobreza, el hambre, la mortandad infantil, el paro, el empobrecimiento y la destrucción de la Naturaleza no han decrecido sino que por el contrario han seguido aumentando. Muchos pueblos están amenazados por la ruina económica, el desmantelamiento social, la marginación política, la catástrofe ecológica, o la quiebra nacional.
En tan dinámica situación mundial, a la Humanidad no le bastan los programas y las actuaciones de carácter político. Necesita ante todo una visión de la convivencia pacífica de los distintos pueblos, de los grupos étnicos y éticos y de las religiones, animados por una común responsabilidad para con nuestro planeta Tierra.
Y luego continúa:
Todos los humanos sin excepción somos seres falibles, imperfectos, con límites y deficiencias. Además tenemos experiencia de la realidad del mal. A este respecto somos conscientes de que nuestras diferentes tradiciones éticas y religiosas fundamentan el criterio, a menudo de forma muy diversa, sobre lo que es para el hombre útil o dañino, justo o injusto, bueno o malo.
También somos conscientes de que las religiones por sí solas no pueden resolver los problemas ecológicos, económicos, políticos y sociales que padece nuestro planeta. Pero si pueden conseguir lo que solamente con planes económicos, programas políticos y regulaciones jurídicas resulta a todas luces inalcanzable: un cambio interior del hombre, un cambio total de la mente. Con otras palabras, la transformación del – corazón – humano mediante la –conversión- a una nueva actitud de vida, alejándole del camino equivocado. ¡todo ser humano debe recibir un trato humano! Esto significa que todo ser humano, sin distinción de sexo, edad, raza, clase, color de piel, capacidad intelectual o física, lengua, religión, ideas políticas, nacionalidad o extracción social, posee una dignidad inviolable e inalienable.
Los egoísmos de todo tipo, sean individuales o colectivos, aparezcan en forma de ideología de clase, de racismo, de nacionalismo o de sexismo, son reprobables. Nosotros los condenamos porque le impiden al ser humano ser verdaderamente humano. Autodeterminación y autorrealización sólo son plenamente legítimas cuando no aparecen desligadas de la responsabilidad individual frente a uno mismo y frente al mundo, cuando se vinculan a la responsabilidad para con el prójimo y con el planeta tierra.
Esta regla de oro incluye una serie de normas muy concretas a las que debemos atenernos. De ella dimanan cuatro antiquísimos principios que podemos encontrar en la mayoría de las religiones del mundo.
Compromiso a favor de una cultura de la no violencia y respeto a toda vida.
Compromiso a favor de una cultura de la solidaridad y de un orden económico justo.
Compromiso a favor de una cultura de tolerancia y un estilo de vida honrado y veraz.
Compromiso a favor de una cultura de igualdad y compañerismo entre hombre y mujer.
Nuestra Tierra no puede cambiar a mejor sin que antes cambie la mentalidad del individuo. Abogamos por un cambio de conciencia individual y colectiva, por un despertar de nuestras fuerzas espirituales mediante la reflexión, la meditación, la oración y el pensamiento positivo, por la conversión del corazón ¡Juntos podemos mover montañas! Sin riesgos y sin sacrificios no será posible un cambio fundamental de nuestra actual situación. Por eso nosotros nos comprometemos a favor de una ética mundial común, de un mejor entendimiento mutuo y de unas formas de vida socialmente conciliadoras, promotoras de paz y amantes de la Naturaleza.
¡Invitamos a todos los seres humanos, religiosos o no, a hacer lo mismo!
Que el Dios Todopoderoso, el Dios único, el Dios de todos y todas, nos ilumine y nos proteja. Amén,