Lunes 18 de diciembre de 2006
Lunes 18 de Diciembre de 2006.-
El concepto admitido de un pleito histórico entre judíos y musulmanes es totalmente erróneo; ya que hasta épocas recientes, ha existido una histórica convivencia entre ellos; siendo los judíos a veces los protegidos de los musulmanes y otras veces, sus compañeros de infortunio.
He aquí un resumen del erudito Ricardo H.S. Elía que nosotros avalamos en toda su extensión.
¿Fue sólo casualidad o mero pragmatismo el hecho de que un califa cordobés como Abderrahmán III tuviese en la figura del judío Hasday Ibn Shaprut a su mejor ministro y médico, y que otros judíos se convirtieran en los visires más poderosos de Granada? ¿Fue resultado del azar el hecho de que viajeros judíos como Benjamín de Tudela o Jacobo de Ancona recorrieran casi todo el mundo musulmán durante los siglos XII y XIII sin salvoconductos y sin ningún tipo de trabas o cuestionamientos? Los ejemplos de la convivencia entre judíos y musulmanes en Al-Andalus/Sefarad abruman por su número y hablan a las claras de que judíos y musulmanes eran parte activa e integrada de una sociedad pluralista basada en la creencia de que unos y otros eran hijos del mismo padre. La Historia aporta la esperanza, que hoy no ofrece la política.
En la Edad Media (según la historia de Europa), la civilización musulmana -que entonces brillaba por el dinamismo y el prestigio de su filosofía, su literatura y sus ciencias- ejerció una gran influencia sobre la cultura judía.
En aquella época, sabios, eruditos, poetas y literatos judíos escribieron en árabe la mayoría de sus obras.
La autoridad Omeya les permitía el libre ejercicio de su culto en las sinagogas (sunuga). En la Granada zirí, el jefe del consejo de la comunidad era el famoso visir Samuel Ben Nagralla. Los Banu Nagralla fueron muy versados en las buenas letras árabes, y según los historiadores árabes, su magnífica biblioteca de Granada contenía todas las disciplinas islámicas. Donde mejor se patentiza la simbiosis judeoarábiga es en los escritos de tres maestros de la poesía hispano hebraica: Shlomó Ibn Gabirol, Moshé Ibn Ezra y Yehudah Ha-Levi... Entre los judíos del emirato nasrí encontramos a letrados como Abraham Gavison, también había grandes especialistas en liturgia, como los dos malagueños Abraham b. Me’ir Abi Simra y Hayyim Ben Asmelis. Este último viajó a Argel en la primera mitad del siglo XV para consultar al célebre rabino Simon b. Semah b. Duran, de origen mallorquín».
Otros grandes sabios:
Hasday Ben Ishaq era un médico brillante; Sulayman b. Yahyà, conocido como Ibn Yibir; Abu al-Fadl Hasday, habitante de la ciudad de Zaragoza.
El sevillano Abu Ishaq Ibrahim Ben Sahl al-Ishbili al-Israili, de origen judío, fue un notable poeta que se destacó en el estudio de las ciencias coránicas, y llegó a ser secretario del gobernador de Ceuta Abi Alí Ibn Jalás.
Maimónides fue un sabio judío arabófono, que se convirtió en médico personal y protegido del último califa fatimí al-‘Adid y del sultán Saladino, que reconquistó Jerusalén para el Islam en 1187. Incluso las influencias del Sufismo sobre la Cábala son notorias. No es ninguna casualidad que Moisés de León (1240-1290), que residió una buena parte de su vida en Guadalajara, publicara el Séfer ha-zohar (Libro del Esplendor), obra considerada por los cabalistas como el auténtico libro sagrado de la Cábala.
Pero la interacción judeomusulmana no se redujo a al-Ándalus sino que se extendió a todo el mundo islámico de entonces. Citemos los casos de Saadya Gaón, sabio judío radicado en Bagdad y su contemporáneo al-Israili, el célebre oculista y filósofo judío nacido en Egipto que ejerció en la ciudad de Qairuán (Túnez). En el Oriente, Rashid al-Din, nacido en el seno de una familia de médicos judíos de Hamadán (Irán), médico, promovió la construcción de hospitales e importantes edificios.
Manuel Brudo, llamado a veces Brudus Lusitanus, un criptojudío portugués que escapó de Portugal en 1530 y que al llegar a Estambul pudo practicar el judaísmo con entera libertad. Moshé Hamón y Musa Yalinus al-Israili fueron dos eminentes médicos judíos.
En el siglo XVI numerosos judíos, bajo la protección musulmana, llegaron a Jerusalén. «En 1535 David dei Rossi, un judío italiano, observó que los judíos ocupaban puestos incluso en el gobierno, algo que resultaría inconcebible en Europa: “Aquí no estamos en el exilio, como en nuestro país. Aquí... los guardianes de las aduanas y los peajes son judíos. No hay impuestos especiales para los judíos”. Los tribunales protegían a los judíos y aceptaban su testimonio.
Yosef Nasí, un judío portugués bautizado a la fuerza, se instaló en Estambul a partir de 1554 donde pudo practicar libremente su creencia judía.
Un fenómeno poco conocido, pero no por eso menos trascendente, es la aparición de una pléyade de especialistas de origen judío de diversos países, en temas árabes e islámicos en el siglo XIX; que se cuentan por centenares.
Judíos y musulmanes pagarían un alto precio por esta afinidad. La unidad política, económica, cultural y religiosa de los judíos y musulmanes en al-Ándalus (711-1492), durante las Cruzadas (1099-1291) y a lo largo de la historia del Imperio otomano (1299-1909), hizo nacer las fobias antisemitas entre los europeos. «El judío como aliado del musulmán» era algo inconcebible para la paranoia que asolaba la Europa altomedieval. Los cruzados veían a los judíos muy parecidos a los musulmanes en costumbres y creencias: el culto a un solo Dios en lugares desprovistos de símbolos e imágenes, la práctica de la circuncisión, la no ingestión de carne de cerdo, su preocupación por la higiene, etc. Las matanzas de judíos por los cruzados en Alemania durante 1096 constituyeron los primeros antecedentes de una enfermedad incurable aparecida en Europa; el antisemitismo, contra judíos y árabes, con énfasis en los judíos hasta 1944 y con énfasis en árabes y musulmanes después de esa fecha. Lo demás. Es historia reciente.
El concepto admitido de un pleito histórico entre judíos y musulmanes es totalmente erróneo; ya que hasta épocas recientes, ha existido una histórica convivencia entre ellos; siendo los judíos a veces los protegidos de los musulmanes y otras veces, sus compañeros de infortunio.
He aquí un resumen del erudito Ricardo H.S. Elía que nosotros avalamos en toda su extensión.
¿Fue sólo casualidad o mero pragmatismo el hecho de que un califa cordobés como Abderrahmán III tuviese en la figura del judío Hasday Ibn Shaprut a su mejor ministro y médico, y que otros judíos se convirtieran en los visires más poderosos de Granada? ¿Fue resultado del azar el hecho de que viajeros judíos como Benjamín de Tudela o Jacobo de Ancona recorrieran casi todo el mundo musulmán durante los siglos XII y XIII sin salvoconductos y sin ningún tipo de trabas o cuestionamientos? Los ejemplos de la convivencia entre judíos y musulmanes en Al-Andalus/Sefarad abruman por su número y hablan a las claras de que judíos y musulmanes eran parte activa e integrada de una sociedad pluralista basada en la creencia de que unos y otros eran hijos del mismo padre. La Historia aporta la esperanza, que hoy no ofrece la política.
En la Edad Media (según la historia de Europa), la civilización musulmana -que entonces brillaba por el dinamismo y el prestigio de su filosofía, su literatura y sus ciencias- ejerció una gran influencia sobre la cultura judía.
En aquella época, sabios, eruditos, poetas y literatos judíos escribieron en árabe la mayoría de sus obras.
La autoridad Omeya les permitía el libre ejercicio de su culto en las sinagogas (sunuga). En la Granada zirí, el jefe del consejo de la comunidad era el famoso visir Samuel Ben Nagralla. Los Banu Nagralla fueron muy versados en las buenas letras árabes, y según los historiadores árabes, su magnífica biblioteca de Granada contenía todas las disciplinas islámicas. Donde mejor se patentiza la simbiosis judeoarábiga es en los escritos de tres maestros de la poesía hispano hebraica: Shlomó Ibn Gabirol, Moshé Ibn Ezra y Yehudah Ha-Levi... Entre los judíos del emirato nasrí encontramos a letrados como Abraham Gavison, también había grandes especialistas en liturgia, como los dos malagueños Abraham b. Me’ir Abi Simra y Hayyim Ben Asmelis. Este último viajó a Argel en la primera mitad del siglo XV para consultar al célebre rabino Simon b. Semah b. Duran, de origen mallorquín».
Otros grandes sabios:
Hasday Ben Ishaq era un médico brillante; Sulayman b. Yahyà, conocido como Ibn Yibir; Abu al-Fadl Hasday, habitante de la ciudad de Zaragoza.
El sevillano Abu Ishaq Ibrahim Ben Sahl al-Ishbili al-Israili, de origen judío, fue un notable poeta que se destacó en el estudio de las ciencias coránicas, y llegó a ser secretario del gobernador de Ceuta Abi Alí Ibn Jalás.
Maimónides fue un sabio judío arabófono, que se convirtió en médico personal y protegido del último califa fatimí al-‘Adid y del sultán Saladino, que reconquistó Jerusalén para el Islam en 1187. Incluso las influencias del Sufismo sobre la Cábala son notorias. No es ninguna casualidad que Moisés de León (1240-1290), que residió una buena parte de su vida en Guadalajara, publicara el Séfer ha-zohar (Libro del Esplendor), obra considerada por los cabalistas como el auténtico libro sagrado de la Cábala.
Pero la interacción judeomusulmana no se redujo a al-Ándalus sino que se extendió a todo el mundo islámico de entonces. Citemos los casos de Saadya Gaón, sabio judío radicado en Bagdad y su contemporáneo al-Israili, el célebre oculista y filósofo judío nacido en Egipto que ejerció en la ciudad de Qairuán (Túnez). En el Oriente, Rashid al-Din, nacido en el seno de una familia de médicos judíos de Hamadán (Irán), médico, promovió la construcción de hospitales e importantes edificios.
Manuel Brudo, llamado a veces Brudus Lusitanus, un criptojudío portugués que escapó de Portugal en 1530 y que al llegar a Estambul pudo practicar el judaísmo con entera libertad. Moshé Hamón y Musa Yalinus al-Israili fueron dos eminentes médicos judíos.
En el siglo XVI numerosos judíos, bajo la protección musulmana, llegaron a Jerusalén. «En 1535 David dei Rossi, un judío italiano, observó que los judíos ocupaban puestos incluso en el gobierno, algo que resultaría inconcebible en Europa: “Aquí no estamos en el exilio, como en nuestro país. Aquí... los guardianes de las aduanas y los peajes son judíos. No hay impuestos especiales para los judíos”. Los tribunales protegían a los judíos y aceptaban su testimonio.
Yosef Nasí, un judío portugués bautizado a la fuerza, se instaló en Estambul a partir de 1554 donde pudo practicar libremente su creencia judía.
Un fenómeno poco conocido, pero no por eso menos trascendente, es la aparición de una pléyade de especialistas de origen judío de diversos países, en temas árabes e islámicos en el siglo XIX; que se cuentan por centenares.
Judíos y musulmanes pagarían un alto precio por esta afinidad. La unidad política, económica, cultural y religiosa de los judíos y musulmanes en al-Ándalus (711-1492), durante las Cruzadas (1099-1291) y a lo largo de la historia del Imperio otomano (1299-1909), hizo nacer las fobias antisemitas entre los europeos. «El judío como aliado del musulmán» era algo inconcebible para la paranoia que asolaba la Europa altomedieval. Los cruzados veían a los judíos muy parecidos a los musulmanes en costumbres y creencias: el culto a un solo Dios en lugares desprovistos de símbolos e imágenes, la práctica de la circuncisión, la no ingestión de carne de cerdo, su preocupación por la higiene, etc. Las matanzas de judíos por los cruzados en Alemania durante 1096 constituyeron los primeros antecedentes de una enfermedad incurable aparecida en Europa; el antisemitismo, contra judíos y árabes, con énfasis en los judíos hasta 1944 y con énfasis en árabes y musulmanes después de esa fecha. Lo demás. Es historia reciente.