Globalización no es lo mismo que competencia
Jueves 8 de Febrero de 2007.-
Todo el mundo observa – aunque no todos le pongan el mismo interés ni la misma importancia - como las Naciones buscan su reacomodo en este mundo en proceso de globalización. La Humanidad se ha debatido siempre entre la unidad de la especie humana, que proviene del instinto de conservación, que logra la unión y la tendencia a socializar y formar colectividades; y por el otro lado, el instinto de destrucción y competencia, donde priva la ley del más fuerte y del más apto, lo que se deriva en el caos, la destrucción, la guerra y la conquista. Esta ha sido la tónica desde el inicio de la Humanidad, no sólo en su historia sino también en su prehistoria. Esta lucha, entre el “bien y el mal”; entre la conservación y la destrucción; entre la tolerancia y la conquista; entre la paz y la guerra; entre la coexistencia y el enfrentamiento, ha sido históricamente catalizada. Sin embargo, antes se nos desunía; ahora, se nos forza a unirnos, en esta nueva Era de globalización, regionalización, apertura de mercados; Tratados de Libre Comercio; uniones aduaneras; disminución de aranceles; etc. Sin embargo, esta tendencia a la unión es únicamente desde una perspectiva económica. Las diferencias raciales, sociales, históricas, tradicionales, religiosas, culturales, etc. se agudizan. Las mercaderías pueden entrar libremente; los bienes y servicios también; pero las personas, no. Incluso los controles se aumentan, la confrontación se fomenta; la persecución se agudiza; los muros – tanto físicos como mentales – crecen y una nueva forma de guerra, generalmente de baja intensidad aparece: acciones y reacciones. Cada bando considera que tiene derecho de respuesta ante una agresión del contrario, sin percatarse que su contra-ataque es a su vez motivo de derecho de respuesta del contrario, formando así un círculo vicioso de ataques y contra ataques.
Hay que reconocer sin embargo, que la lucha frontal entre Naciones ha disminuido; existiendo ahora la confrontación permanente entre bloques y un alto grado de violencia y delincuencia en el seno de las sociedades. La guerra como máximo exponente de la violencia humana; se emite y se transmite con nuevas formas de violencia social: crímenes, asesinatos, violaciones, extorsiones, secuestros, robos; etc. Pero también injusticia, corrupción, mentiras, impunidad, discriminación, etc.
Muchos creen que con represión se detiene la violencia y esto no hace más que generalizarla y profundizarla. La misma represión es violencia y la violencia genera violencia. Lo que si no debe faltar es justicia, que se define como la virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece o merece. Desde esa perspectiva, aplicar justicia no sólo es condenar al culpable de acuerdo a la ley; sino también proteger al inocente; juzgar a las personas según el mérito, sin atender otro motivo, especialmente cuando hay competencia o disputa: es derecho, verdad, razón y equidad. Es asimismo un atributo de Dios, por lo cual se debe arreglar las cosas como debe ser, en calidad y cantidad; considerando su esencia pero también su número, en un principio general de igualdad: de que todas las personas son iguales ante la ley (consagrado en el artículo 3 de la Constitución Política).
Al hablar de justicia sólo pensamos en el delincuente o en el supuesto delincuente, y lo condenamos de antemano, sin antes ser oído y vencido en juicio. Es injusto, claro está, que un culpable salga libre, por una ligereza del juez; mal trabajo de los acusadores o por un vacío de ley. Pero también es injusto condenar a un inocente o potencializar el daño o mentir o mencionar medias verdades. Es interesante ver como los medios disponen de una libertad excepcional para mencionar corrupciones en las esferas gubernamentales o empresariales y esto merece ser aplaudido; pero también merece ser criticada la exageración de las noticias, dañando el honor o la imagen de las personas a quienes se pretende destruir. Y otras veces inexplicadamente, el silencio absoluto. El olvido para algunos corruptos evidentes, resulta ser su recompensa.
Hay funcionarios señalados inicialmente con enormes reparos y grandes señalamientos de corrupción y luego, son públicamente protegidos en las altas esferas gubernamentales. Y funcionarios a quienes se les repara pequeñas cantidades y son denunciados públicamente con aquello de “que los corruptos no tienen cabida en el Gobierno y que la corrupción debe señalarse y publicarse”. No puede haber doble verdad ni doble trato. Eso es injusticia.
Sí podemos afirmar que hay funcionarios decentes y honestos en todos los Gobiernos del mundo; no obstante, la corrupción es la regla y la honestidad intachable es la excepción. Un funcionario corrupto señalado a bombos y platillos, no es un ejemplo de que la corrupción se castiga y se sanciona; purificando totalmente al Gobierno. Es simplemente uno que sale a la luz de muchos que se encuentran escondidos. A veces, incluso más grandes.
La corrupción también se manifiesta en todos los niveles. No sólo en los altos mandos, sino también en los mandos siguientes y en los mandos intermedios. Las licitaciones públicas son muchas veces amañadas; a veces sin motivo se declaran desiertas para realizar luego compras directas, más viciadas aún.
Además también es injusticia – y que raya con la justicia divina – desproteger a los débiles, descuidar la salud; abandonar a los enfermos, aumentar las zonas de hambre; la falta de viviendas; la insalubridad; la falta de libertad; de igualdad; la opresión, etc., etc., etc.
Alguien dijo por allí muy sabiamente que era necesario reeducar a los delincuentes haciéndolos útiles a la sociedad. Si bien esto es esencial, también debemos reeducar a toda la sociedad, a todos nosotros.
Formar el ser humano justo, que es dueño de sí mismo y que no desea nada excesivo y deshonesto y no teme a nada, pues vive en paz, con su intimidad y en paz con el prójimo. Esto es necesario para vivir en la verdad y en la libertad.
Reencontrar la verdad de las cosas justas. Estar en paz consigo mismo, con la naturaleza y con los seres humanos. Estar en paz con Dios. Reconciliarse con el mundo. Es algo que debe intentarse, pero para todos, no es sólo para los descarriados. Buscar siempre ser mejores, aún sabiendo que la perfección es inalcanzable. Bajo la protección de Dios, debemos buscar con pasión la paz, la libertad, la verdad y la justicia; que son inseparables.
...Debemos hacer el bien pero también debemos señalar y combatir el mal...
Todo el mundo observa – aunque no todos le pongan el mismo interés ni la misma importancia - como las Naciones buscan su reacomodo en este mundo en proceso de globalización. La Humanidad se ha debatido siempre entre la unidad de la especie humana, que proviene del instinto de conservación, que logra la unión y la tendencia a socializar y formar colectividades; y por el otro lado, el instinto de destrucción y competencia, donde priva la ley del más fuerte y del más apto, lo que se deriva en el caos, la destrucción, la guerra y la conquista. Esta ha sido la tónica desde el inicio de la Humanidad, no sólo en su historia sino también en su prehistoria. Esta lucha, entre el “bien y el mal”; entre la conservación y la destrucción; entre la tolerancia y la conquista; entre la paz y la guerra; entre la coexistencia y el enfrentamiento, ha sido históricamente catalizada. Sin embargo, antes se nos desunía; ahora, se nos forza a unirnos, en esta nueva Era de globalización, regionalización, apertura de mercados; Tratados de Libre Comercio; uniones aduaneras; disminución de aranceles; etc. Sin embargo, esta tendencia a la unión es únicamente desde una perspectiva económica. Las diferencias raciales, sociales, históricas, tradicionales, religiosas, culturales, etc. se agudizan. Las mercaderías pueden entrar libremente; los bienes y servicios también; pero las personas, no. Incluso los controles se aumentan, la confrontación se fomenta; la persecución se agudiza; los muros – tanto físicos como mentales – crecen y una nueva forma de guerra, generalmente de baja intensidad aparece: acciones y reacciones. Cada bando considera que tiene derecho de respuesta ante una agresión del contrario, sin percatarse que su contra-ataque es a su vez motivo de derecho de respuesta del contrario, formando así un círculo vicioso de ataques y contra ataques.
Hay que reconocer sin embargo, que la lucha frontal entre Naciones ha disminuido; existiendo ahora la confrontación permanente entre bloques y un alto grado de violencia y delincuencia en el seno de las sociedades. La guerra como máximo exponente de la violencia humana; se emite y se transmite con nuevas formas de violencia social: crímenes, asesinatos, violaciones, extorsiones, secuestros, robos; etc. Pero también injusticia, corrupción, mentiras, impunidad, discriminación, etc.
Muchos creen que con represión se detiene la violencia y esto no hace más que generalizarla y profundizarla. La misma represión es violencia y la violencia genera violencia. Lo que si no debe faltar es justicia, que se define como la virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece o merece. Desde esa perspectiva, aplicar justicia no sólo es condenar al culpable de acuerdo a la ley; sino también proteger al inocente; juzgar a las personas según el mérito, sin atender otro motivo, especialmente cuando hay competencia o disputa: es derecho, verdad, razón y equidad. Es asimismo un atributo de Dios, por lo cual se debe arreglar las cosas como debe ser, en calidad y cantidad; considerando su esencia pero también su número, en un principio general de igualdad: de que todas las personas son iguales ante la ley (consagrado en el artículo 3 de la Constitución Política).
Al hablar de justicia sólo pensamos en el delincuente o en el supuesto delincuente, y lo condenamos de antemano, sin antes ser oído y vencido en juicio. Es injusto, claro está, que un culpable salga libre, por una ligereza del juez; mal trabajo de los acusadores o por un vacío de ley. Pero también es injusto condenar a un inocente o potencializar el daño o mentir o mencionar medias verdades. Es interesante ver como los medios disponen de una libertad excepcional para mencionar corrupciones en las esferas gubernamentales o empresariales y esto merece ser aplaudido; pero también merece ser criticada la exageración de las noticias, dañando el honor o la imagen de las personas a quienes se pretende destruir. Y otras veces inexplicadamente, el silencio absoluto. El olvido para algunos corruptos evidentes, resulta ser su recompensa.
Hay funcionarios señalados inicialmente con enormes reparos y grandes señalamientos de corrupción y luego, son públicamente protegidos en las altas esferas gubernamentales. Y funcionarios a quienes se les repara pequeñas cantidades y son denunciados públicamente con aquello de “que los corruptos no tienen cabida en el Gobierno y que la corrupción debe señalarse y publicarse”. No puede haber doble verdad ni doble trato. Eso es injusticia.
Sí podemos afirmar que hay funcionarios decentes y honestos en todos los Gobiernos del mundo; no obstante, la corrupción es la regla y la honestidad intachable es la excepción. Un funcionario corrupto señalado a bombos y platillos, no es un ejemplo de que la corrupción se castiga y se sanciona; purificando totalmente al Gobierno. Es simplemente uno que sale a la luz de muchos que se encuentran escondidos. A veces, incluso más grandes.
La corrupción también se manifiesta en todos los niveles. No sólo en los altos mandos, sino también en los mandos siguientes y en los mandos intermedios. Las licitaciones públicas son muchas veces amañadas; a veces sin motivo se declaran desiertas para realizar luego compras directas, más viciadas aún.
Además también es injusticia – y que raya con la justicia divina – desproteger a los débiles, descuidar la salud; abandonar a los enfermos, aumentar las zonas de hambre; la falta de viviendas; la insalubridad; la falta de libertad; de igualdad; la opresión, etc., etc., etc.
Alguien dijo por allí muy sabiamente que era necesario reeducar a los delincuentes haciéndolos útiles a la sociedad. Si bien esto es esencial, también debemos reeducar a toda la sociedad, a todos nosotros.
Formar el ser humano justo, que es dueño de sí mismo y que no desea nada excesivo y deshonesto y no teme a nada, pues vive en paz, con su intimidad y en paz con el prójimo. Esto es necesario para vivir en la verdad y en la libertad.
Reencontrar la verdad de las cosas justas. Estar en paz consigo mismo, con la naturaleza y con los seres humanos. Estar en paz con Dios. Reconciliarse con el mundo. Es algo que debe intentarse, pero para todos, no es sólo para los descarriados. Buscar siempre ser mejores, aún sabiendo que la perfección es inalcanzable. Bajo la protección de Dios, debemos buscar con pasión la paz, la libertad, la verdad y la justicia; que son inseparables.
...Debemos hacer el bien pero también debemos señalar y combatir el mal...